Se levantó de un brinco, aunque era temprano, con la emoción al máximo corrió de inmediato al baño, todavía un poco desubicado de haber salido de la cama tan aceleradamente. Bajo el chorro de agua se terminó de despertar. Se vistió y se fue a la mesa donde humeaba el desayuno que su madre le tenía esperando, ella sabía de las ansias con que había esperado ese día. Comió tranquilo, a pesar de la emoción, aún no venían por él. Su madre le recriminó que para ir a la escuela nunca se levantaba así. Pero para él era obvio, era como esperar que alguien se emocionara de tener un trabajo forzado.
Aún estaba terminando de comer cuando escuchó el característico cacareo del motor diesel del viejo pick-up datsun de su tío. El corrió a tomar sus cosas, que su mamá ya le tenía listas, ella lo acompañó hasta la calle, donde lo esperaba su abuela con una gran sonrisa, él la abrazó y después se despidió de su mamá. Mientras su mamá y su abuela intercambiaban algunas palabras, él se fue trepando al carro donde su tío le esperaba. Lo saludó y se sentó junto a él, frente a la palanca de cambios del carro. El viejo vehículo tenía una sola butaca de lado a lado y era un solo asiento para tres; ese espacio del centro no habría sido muy cómodo para un adulto, pero para él estaba bien.
El viaje sería largo y él lo sabía, ya lo había experimentado antes. desde donde iba sentado podía ver bastante bien hacia afuera, los rótulos y los demás carros en la carretera. El carro no era muy rápido y probablemente su tío tampoco conducía con prisa alguna; A veces el viejo datsun sonaba fuerte y vibraba, la palanca de cambios se sacudía entre sus piernas y se podía sentir el esfuerzo del motor transmitiendose a través de la caja de cambios. Solo unos pequeños resortes y la espuma del asiento lo separaban de ir literalmente sentado sobre ella. Pero afuera el carro avanzaba calmado sobre la carretera como si fuera una gran canoa sobre el agua.
En la lentitud él observaba, sin buscar nada en especial, en blanco, hasta que algún pensamiento se cruzaba por su mente. De lo que iba a hacer cuando llegue, iría al cafetal y se subiría al árbol de mango. La última vez que estuvo ahí descubrió que lo podía escalar y que tenía unas ramas grandes donde podía sentarse cómodo y jugar por horas. Pensaba cómo convertiría este lugar en su escondite secreto, ahí podría esconder algún juguete o algunos objetos interesantes de los que solía recolectar en los cafetales, como algunas piedritas que por sus formas le llamaban la atención. A veces también buscaba frasquitos de vidrio en la basura y los utilizaba para atrapar insectos. Todas estas cosas podría guardar en esta nueva base secreta.
Tiempo atrás había hecho su escondite en un árbol de cás que está junto al gallinero, esto era muy conveniente porque desde el árbol se podía subir al techo del gallinero y jugar ahí. Pero el gallinero estaba muy cerca de la casa y ya su abuela lo había hecho bajar en un par de ocasiones. En cambio, el mango se encontraba fuera de la vista de la abuela y de los peones de la finca, pero lo suficientemente cerca para volver rápido a la casa si fuera necesario.
¡Vea! dijo su abuela « Asómese, Ahí están los aviones» Ya iban pasando por el aeropuerto, lo que no era de esas cosas que se ven todos los días. Se le podía dar una ojeada desde la carretera y siempre se veían las colas de los aviones, parqueados junto al edificio a donde estaban los viajeros esperando. Solo se podía cruzar los dedos para que alguno estuviera despegando en ese momento, y así poder ver una de esas máquinas bestiales en acción, con los impresionantes estallidos de sus turbinas. La posibilidad de alguna vez viajar en uno le era algo que parecía inalcanzable, cosa que hacía de esos momentos en que se pasaba frente al aeropuerto algo emocionante de presenciar. Ese día no hubo mayor espectáculo.
Haber pasado por el aeropuerto era el primer gran avance, a partir de ahí estaban oficialmente lejos, ya no estaban en la ciudad y la carretera iba penetrando territorios cada vez más vacíos y sin tanta cosa que ver. A partir de ahí solo se veían árboles, monte y una que otra choza a ambos lados de la carretera, aquí el viaje se empezaba a volver desesperante, y la ansiedad por llegar cada vez mayor.
Del aeropuerto en adelante ya se empieza a sentir un cambio, no solo en el paisaje que aunque menos estimulante, a su vez es más bonito. También se comenzaba a sentir un cambio en la temperatura, el calor iba en incremento y de pronto los tres estaban sudando. Nadie decía nada al respecto, más que él, que ya se encontraba luchando con la impaciencia « ¡Abuelita, tengo calor! » a lo que su abuela le contestó «bueno venga y se sienta en mi regazo, a la par de la ventana. » Él saltó con alegría de su lugar a sentarse con su abuela, que lo sostenía con sus brazos junto a la ventana. Empezó a bajar el vidrio hasta abajo, pero de inmediato lo detuvo su abuela « ¡No! no abra tanto, porque pega mucho chiflón y nos vamos a despelucar los dos. » La ventana quedó por la mitad y él se acurrucó mientras veía los árboles pasar por la ventana del carro.
Acurrucado en sus brazos sentía el sudor bajar por su frente, y su piel pegada a los brazos de su abuela, que ya lo sostenía desde hacía varios kilómetros. Mientras avanzaban no había más que una densa vegetación y alguna que otra choza, él se quería quedar dormido, pero la vibración y el ruido del motor no lo dejaban terminar de caer profundo. Con los ojos entreabiertos observaba el odómetro del carro que iba contando uno a uno los kilómetros que iban recorriendo y de vez en cuando veía los rótulos que indicaban “Naranjo a tantos Km” El lento viaje siempre había sido inevitable, ya fuera con su tío o con sus padres, ir sentado esperando, siempre sería la peor parte. lidiar con esa ansiedad siempre fue un reto, incluso cuando viajaba con su hermana o con algún primo. Por otra parte, las conversaciones de adultos todavía le sonaban como una especie de bulla, o como otro idioma del que a veces captaba algunas cosas, pero que igualmente eran conversaciones de las que no podía ni le interesaba participar.
Él quería sacar los carritos y salir a jugar con ellos en el cafetal, le gustaba construir carreteras y caminos en la tierra, y después llenarlos de carritos simulando una presa. En la casa de la finca había tractores y vagonetas de juguete con los que cargaba y movía tierra para construir sus caminos. ¡Eso le encantaba! de pronto se recordó de la última vez que estuvo en la finca. Llenando la vagoneta de tierra con la excavadora, luego la llevaba a descargar hasta la acera que rodea la casa y la aplanaba con el bulldozer. Jugó toda la mañana construyendo la carretera alrededor de la casa; Fue un arduo trabajo bajo el sol. Después de haber pasado horas moviendo material y aplanando, estaba listo para llenarla de carritos; Fue adentro por su caja de carritos y se encontró a su mamá y su abuela que así como él, habían pasado toda la mañana trabajando, pero en limpiar la casa y preparar el almuerzo « ¡Qué bueno que vino! » dijo su madre « ya estaba por ir a llamarlo para almorzar. » Su abuela se asomó, pero notó algo diferente « ¡Ay! pero está todo lleno de tierra ¿Por qué está tan sucio? » Ambas se apresuraron a sacarle la ropa y ponerlo decente para almorzar. Pero él no tenía hambre, solo pensaba en ir a llenar su carretera de carritos. Almorzaron y él se comió el almuerzo rápido y con ganas, cosa que le agradó a las madres. Les contó que había construido una carretera enorme y que quería ir a llenarla de carritos. Ellas lo miraron serias y curiosas lo siguieron, y así como las olas esperan tranquilas mientras se construye un gran castillo de arena, para que al subir la marea arrasen con él; Su madre y su abuela le dieron fin al proyecto, muy molestas por que se gastaron la mañana limpiando y ahora eso iba a levantar un polvazal y ensuciar de nuevo. En cuestión de minutos pasaron las escobas a levantar dicho polvazal y la carretera se convirtió en un hermoso recuerdo.
Abrió los ojos y notó que ya estaban pasando por los enormes tanques de combustible de la refinadora; En su mente este era otro de esos puntos de referencia del camino, ya estaban más profundo en la carretera, pero no cerca de su destino. Los enormes tanques siempre le llamaban la atención por su colosal tamaño, todos con una pequeña escalera que sube a un costado; Siempre trataba de ver si alguien estaba subiendo ahí, pero rara vez se vio alguna persona en la cima de los tanques. Los enormes cilindros blancos eran sin duda una rareza en medio del paisaje, dignos de las miradas de quien pasara por ahí. Este era también, el punto donde la carretera parecía cambiar de dirección. Giraba casi noventa grados en una gran curva hacia la izquierda, justo después de pasar debajo de un puente y continuaba al borde de unas laderas desde las cuales se podía apreciar un paisaje bastante distinto; Grandes lomas llenas de cultivos se podían ver en la distancia y la vegetación se volvía un poco más densa; La carretera dejaba de ser una aburrida línea recta para convertirse en una serpenteante senda entre las lomas, que en partes iba cuesta arriba, en las que el esfuerzo del motor se volvía otra vez protagonista, y otras de bajada, donde se dejaban rodar cuesta abajo.
Esta parte del camino le gustaba más, siempre sentía el calor, pero el camino se volvía cambiante e interesante. Su tío ya no estaba solo ahí sentado, sosteniendo el volante; ahora movía las palancas mientras presionaba pedales con sus pies, y el carro se movía más alegremente sobre las curvas. El no entendía para qué o cómo funcionaba cada palanca y pedal, pero lo presentía, lo entendía con la intuición. Para él era como si el motor hablara, y pedía mover la palanca a cada posición, dependiendo de cuánto esfuerzo estaba haciendo. Él quería conducir y así entretenerse mientras los adultos tenían sus conversaciones.
Le alegraba ir solo con su abuela, normalmente iba con su mamá y su hermana o con algún primo, pero cuando podía ir solo lo disfrutaba diferente; podía jugar a lo que él quisiera con la finca a su disposición. Podía ser libre de ir y venir, subir y bajar, sin que nadie se preocupara o molestara demasiado. También le encantaba ir con su abuela, que era su adulto favorito; ella parecía vivir la vida un poco más como un niño, y parecía comprenderlo mejor. La mayoría de los adultos siempre le habían parecido bastante impredecibles, no sabía qué esperar de ellos, si algo les iba a gustar o si les iba a molestar. Ellos no navegan el mundo como un niño, suelen estar muy ocupados o preocupados o teniendo “importantes” conversaciones; A ellos parece costarles pasarla bien y es raro verlos jugar.
Su abuela reía más y lo escuchaba, también parecía nunca tener prisa, ni se enojaba por tonterías. Ella lo dejaba ser un niño. Para él, ella era como una especie de ser mágico, como un hada madrina; ir con su abuela a donde fuera, era como salir acompañado de la buena suerte; en el momento menos esperado ella tendría alguna pequeña sorpresa, le mostraba alguna cosa que nunca había visto, o en medio de sus mandados diría: vamos por un helado, o encontraría un carrito que regalarle. ¡Nunca fallaba! Y aunque a veces también se podía enojar, ella no era como los demás adultos, e ir a la finca solo con ella era como un viaje al país de nunca jamás.
Después de un rato navegando entre enormes campos de caña la carretera llegó a un puente enorme. Cerca de ese puente siempre estaban los oficiales de tránsito y llegando a este lugar siempre lo hacían volver a su asiento. En un par de ocasiones había ido en ese mismo carro, con su tío y su abuela pero también con su primo, y había tenido que esconderse entre las piernas de su abuela ya que el carro es solo para tres, aunque en realidad serían dos y medio.
Al cruzar el puente estarían oficialmente cerca de Naranjo, ya podía contar las curvas de la calle y el paisaje se volvía familiar, ¡ya olía a cafetales! Minutos después estarían saliendo de la carretera para empezar a entrar al centro de Naranjo. Subiendo una larga cuesta llegaron al cruce extraño en la entrada; él ya conocía muy bien el camino que llevaba de ahí a la finca, y tras un par de vueltas se dio cuenta que aún no se dirigían a la finca « abuelita ¿adonde vamos? » « Vamos al mercado a comprar la comida y el desayuno suyo.» Esto hacía que fuera imposible negarse, pero lo que no sabía era que esa no era toda la historia.
A él nunca le gustó ir al mercado, siempre se interponía entre él y su llegada a la finca, y el mercado era un lugar oscuro, caliente, lleno de fuertes y extraños olores y con pasillos muy angostos, llenos de cosas y de extraños. Lo único peor que un impredecible adulto desconocido, eran una multitud de extraños que moraban en los oscuros y hediondos pasillos de un mercado. Caminar por ahí le resultaba asfixiante, las miradas y risas de extraños lo hacían sentir más pequeño. Entrar en el mercado era como aguantar la respiración, para sumergirse en una fosa oscura llena de criaturas extrañas, que lo miraban como si él fuera la criatura extraña. No duraron mucho sumergidos, su abuela sabía bien en donde y que necesitaba. Volvieron al carro para ir en busca de un lugar donde comer.
Una vez estando todos acomodados en el carro y a punto de salir, su abuela vio un vendedor de lotería «¡Pare pare! para comprar lotería.» ¡casi era predecible! la lotería a última hora, ¡Siempre pasaba! y esperar en el carro, sudando de calor mientras el trámite más sencillo, era el que más lento se sentía. Para él solo era una cosa más que retrasaba su llegada a la libertad; No le interesaba la lotería, no le interesaba comer, solo quería llegar de una vez. Cuando su abuela volvió le preguntó «Abuelita, ¿ya vamos para la finca?» a lo que ella respondió con una risilla «Vamos a comernos algo con su tío, a hacer un par de mandados y después nos vamos a la finca.» Escuchar esto solo le hacía querer perder el control, correr y gritar para poder liberar tanta ansiedad y frustración, solo hizo un pequeño berrinche. «Pero eso es rapidito, pórtese bien y ahora vamos por un helado» Él no quería más que llegar, pero sabía que la espera era inevitable y el helado sonaba como un buen negocio por el momento.
Fueron a comer algo, su abuela y su tío no habían desayunado. Se tomaron su tiempo y conversaron largo y tendido. Durante la conversación se enteró que su tío solo los había ido a dejar, tenía otros asuntos que resolver; él y su abuela seguirán a pie con los mandados y no tenía idea de cómo iban a llegar a la finca. Se despidieron de su tío y empezaron a caminar, ambos con varias bolsas encima, y ambos debajo de aquel sol abrasador. Después de un par de cuadras entraron en una pasamanería; el lugar estaba lleno de rollos de tela y vitrinas llenas de toda clase de botones, hilos y otras cosas, de las paredes colgaban tiras de zippers y cordones de zapatos. Era un lugar interesante, en el que se entretuvo observando el montón de cositas y en particular los muchos de tipos diferentes de botones. Cuando su abuela encontró todo lo que buscaba se acercaron al mostrador para pagar, su abuelo alzó y le dijo «Vea, escoja uno» Detrás del mostrador, fuera de la vista de él, había filas de cajitas con carritos. Sus ojos se abrieron grandes como queriendo verlos todos de una sola mirada y de pronto el tiempo iba más rápido, ¡demasiado! como para escoger uno tranquilo; rápidamente tomó el que más le llamó la atención y le dio un gran abrazo a su abuela; de pronto la espera ya no era tan terrible y agotadora.
Salieron de la pasamanería y empezaron a caminar hacia la municipalidad, él llevaba su carrito nuevo en la mano, imaginando que iba conduciéndolo a toda velocidad, mientras lo movía con su mano en el aire. Por un buen rato caminaron, pero en su mente no pasó nada más que él y su carrito. Llegaron a la municipalidad, está parecía una gran casa antigua, colonial, con un gran jardín central lleno de altas maceteras llenas de rosas y otras flores; caminos de piedra se paseaban entre las diferentes islas de concreto llenas de flores y arbustos y tenía una pequeña fuente de concreto en el centro, con una de esas figuras de concreto con la forma de un bebé sentado sobre un jarrón del que salía el agua, que después iba bajando por los diferentes niveles de la fuente. Unos grandes corredores rodeaban todo el patio central y conectaban a montones de habitaciones que ahora eran oficinas. Los pisos eran de mosaicos antiguos con diseños geométricos, todos colocados ordenadamente y de manera que los corredores parecían estar enmarcados conteniendo un repetido y hermoso diseño geométrico; que para él, se veían como cientos de calles pintadas en el suelo en las cuales podría jugar con su carrito. A él le alegró llegar ahí, sabía que lo que fuera que fueran a hacer, el tiempo que estuvieran ahí, lo podría pasar bien jugando en el jardín o en las callecitas pintadas entre los mosaicos del corredor.
Junto a las puertas de las oficinas había filas de sillas donde las personas se sentaban a esperar su turno de ser atendidos. Él le pidió permiso a su abuela para ir a jugar al jardín, a lo que ella accedió. Él bajó al jardín y empezó a recorrerlo, reconociendo cada uno de sus espacios y observando las maceteras. Pronto, junto al camino de piedra se encontró un pequeño árbol de guayabas y se sentó bajo su sombra. El no pensó en el calor o en no asolearse; el espacio bajo el árbol solo le atrajo con su frescura y el zacate verde en el suelo donde siguió jugando. Al cabo de un rato unos pequeños piecitos aparecieron frente a él; levantó la mirada y se encontró con otro par de ojos, claros, una mirada curiosa y una carita inocente «¡Hola! ¿A qué juegas? ¿Puedo jugar contigo?» A él le tomó unos segundos entender lo que estaba pasando. Una niña extraña quería unirse al juego. Pero él no jugaba nada en particular, solo movía su carrito por el suelo mientras lo observaba. La observó con más detenimiento y notó su cabellera larga de un color castaño claro, volvió a notar sus ojos claros; le parecían muy bonitos, pero no dijo nada al respecto; ella llevaba una camiseta de lino blanca con unas flores bordadas, sin mangas, que se veía muy fresca y bastante ideal para el clima; que era algo raro de ver, la mayoría de niños y niñas de la ciudad utilizaban camisas de algodón o poliéster. También llevaba unos shorts verdes y unas sandalias de cuero. «¿Jugamos?» «ah! ehm, si! juguemos» Ella le sonrió y se sentó junto a él; hubo un breve silencio, el no sabia que iban a jugar, todavía estaba algo confundido; Ella le dijo su nombre y le preguntó el de él, y le contó que su mamá era amiga de su abuela, ellas le dijeron que viniera a jugar con el. Levantó la mirada para ver a su abuela y ahí estaba ella sentada, está vez un par de asientos más adelante, junto a una señora con la que conversaba amablemente, ella se veía bastante más joven que su abuela, así que asumió que esa era la mamá de la niña. «¡Qué lindo carrito!» le dijo la niña «¡Gracias! me lo regaló mi abuelita» Ella sonrió de nuevo y se quedó pensativa, observando el carrito, que ahora estaba en sus manos, él no se había enterado que ya no estaba en las suyas, pero no se molestó. De pronto ella lo volvió a ver de nuevo con una sonrisa, que a él poco a poco se le iba contagiando «¡vamos a construirle una casita!»«¡Si! una cochera» le contestó él. «si, bueno, una cocherita. Vamos a recoger ramitas y la hacemos aquí bajo el árbol» Él saltó de alegría, le pareció una idea genial. Ambos se pusieron manos a la obra y jugaron por un buen rato en el que se conocieron más y más, se contaron historias y se rieron juntos. Construyeron el garaje y le hicieron un camino. Después jugaron a otros juegos más, ella era experta en jugar y a él le parecía genial, la estaban pasando demasiado bien, corrieron, se escondieron, brincaron hasta más no poder. Ya hacía rato que el carrito estaba guardado en su nueva cochera y a él ya se le había olvidado. Se reían a carcajadas y le encantaba verla reír, ella tenía una sonrisa hermosa. El ya no esperaba, ahora quería que el tiempo fuera más lento. Él lo sabía, la estaba pasando demasiado bien y era cuestión de tiempo antes de que su abuela volviera por él. Quería que ese momento no se acabara nunca; pero pronto escucharon las voces de su abuela y de la madre de su amiga, llamándolos por sus nombres. El paseo a la municipalidad había terminado.
Comenzaron a caminar los cuatro hacia la orilla del parque que no estaba muy lejos. Ahí se afilaban los taxis, que en Naranjo eran en su mayoría todoterrenos grandes. Eso le encantaba, no eran como los aburridos automóviles de la capital. Las señoras se empezaron a despedir y rápidamente lo abrumó la realidad, inmediatamente la volvió a ver con la mirada que un perro le hace a su amo cuando este está por irse a trabajar, ella le regresó la misma mirada. «Bueno! despídase de él» Su madre no había terminado de decir esas palabras cuando ella ya lo había abrazado con una fuerza que ni él se hubiera esperado. Ella lo volvió a ver con sus hermosos ojos esta vez muy cerca y le dio un beso en la mejilla «!Adiós!» lo soltó y fue a tomar la mano de su madre. «adiós» le respondió. Se le humedecieron un poco los ojos, la impotencia y la incertidumbre que sentía lo habían dejado sin habla. De pronto antes de que finalmente partieran, él volvió a ver a la señora y les dijo «¡Vengan mañana! a la finca; ahí podemos jugar otra vez» La señora sonrió, pero no dijo nada más, se dieron media vuelta y empezaron a caminar.
El chofer del taxi ya le ayudaba a su abuela a subir, él se encaramó y volvió a ver a su abuela y le preguntó si ellas vivían cerca, ella le dijo que si; él preguntó si ellas vendrían mañana, ella le dijo que tal vez. Él se aferró a la esperanza, era lo único que tenía. Iba en silencio mientras el taxi se acercaba cada vez más a la finca. Normalmente esté sería un momento de gran emoción pero él ya no tenía ansias. Solo estaba ahí tratando de entender que había sucedido; el increíble momento que acababa de suceder, las risas hermosas de aquella niña, aquellos ojos, la emoción del juego, todo lo que estaba sintiendo en ese momento, no lo entendía; pero ¿Qué podía hacer? ¿ya nada? ¿por qué algo tan increíble acabó tan rápido? ¡Fue tan maravilloso! un momento detenido en el tiempo, en el que la energía fue inagotable, el calor ya no era agobiante y sus entrañas vibraban con alegría, sentía una calidez en el corazón; ¡y fue tan fugaz! ¿acaso era el amor? Aún no lo entendía, él era un niño, y este era su castigo por serlo, o tal vez por probar algo para lo que no estaba listo. Pero él no lo hizo a propósito, ella vino a buscarlo, ella lo hizo sentir todas esas cosas. No tenía caso.
El taxi entró en el camino destapado, lleno de piedras y polvo. Estaban llegando; El carro atravesó entre cafetales hasta que el esperado momento llegó. Él se alegró de llegar, se apresuraron a bajar porque empezaba a llover. El olor a tierra mojada le llenó las fosas nasales y se empezó a sentir mejor, entraron a la casa que mantenía su característico aroma a madera y polvo. Él estaba contento de llegar, pero estaba cansado; afuera la lluvia empezaba a hacerse sentir. Acomodó sus cosas que no eran muchas en el cuarto, ordenó sus juguetes y su carrito nuevo junto a la cama, se tendió cansado sobre la vieja y dura cama, satisfecho. Aún recordaba aquellas sonrisas y trataba de guardarlas en su mente como una fotografía. Deseaba que fuera mañana para que llegara ella a jugar de nuevo; aún no sabía, que nunca más la volvería a ver y de que la foto en su mente se iría volviendo más y más borrosa. Así que se levantó, ya estaba en la finca, y disfrutó mucho llegar.
Su abuela «¡ay papillo, le movieron el piso!» ¿¿?? «mmm, ¿qué?».

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