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Madrid

Llegué a Madrid en una tarde de Agosto, en la que de inmediato se sintió el calor del verano. Sin plan alguno, estaría ahí un par de semanas, en casa de un buen amigo en el centro de la ciudad, previo a continuar con mi viaje por aquel país. Nunca había estado en España y llegaba a Madrid sin expectativa alguna, ya que por lo general no disfruto de las grandes ciudades y prefiero irme al campo o a las montañas, donde por lo general me siento muy a gusto. Mi llegada no tuvo ningún contratiempo y el metro me sacó rápidamente del aeropuerto para dejarme a una calle del apartamento de mi amigo; que se encontraba en uno de los tantos viejos edificios de esta ciudad, aun adornados con detalles en la mampostería y con escaleras que suben y bajan enmarcadas con hermosas barandas de hierro forjado, que a pesar de tener muchos años de estar ahí y emanar cierta antigüedad siguen siendo agradables a la vista y más ricos que cualquier detalle minimalista (si existiera algún detalle en el minimalismo). Un largo pasillo de mosaicos llevaba hasta las puertas de los elevadores y frente a estos, las bonitas escaleras. Para mi sorpresa su apartamento no se encontraba subiendo sino bajando, descendimos por las escaleras y dimos a un pequeño corredor donde una sola puerta daba a su apartamento y otra más pequeña al sótano; refrescantemente frío, generaba un grato contraste con el abrasador calor de la calle. Me tenía preparado un dormitorio que hacía de oficina y cuarto de visitas, frente a una ventana y una puerta que daba a un gran patio interno del edificio, que compartía con unos cuatro apartamentos más, pero en el que rara vez se veía a alguien. 


Tenía sueño, las 10 horas de vuelo y el cambio de horario se hacían sentir, pero quería esperar a que por lo menos fueran las siete de la noche para irme a dormir y así despertar con la mañana. Acomodé mis cosas y conversamos un poco, antes de salir a dar una vuelta por el barrio, ubicar un supermercado y un par de buenos lugares para ir a comer. Mi amigo me dió toda clase de direcciones de todos los lugares que debía ir a conocer. Él tendría que trabajar y no sería hasta el fin de semana que podría acompañarme, así que tendría Madrid para mí solo, por unos días en los que podría perderme y encontrar algunos buenos lugares donde comer bien; no tenía ningún plan en particular ni lo quería tener, ninguna atracción, ningún museo. Solo quería deambular por sus calles, incógnito y descubrir sus sorpresas.


Pocas veces en mi vida dormir fue algo memorable y esa noche fue una, en la que literalmente dormí como un bebé. Aparte del buen descanso, me había ido a la cama contento pero sin prisa de nada, sin expectativa y de la misma forma me desperté, me quedé en la cama hasta que escuche a mi amigo andar por ahí. Tertuliamos con una buena taza de café como si fuera un sábado sin nada importante que hacer; aunque él sí tuvo que salir a su trabajo. Me metí a bañar y me dí cuenta que el agua era de muy buena calidad y mucho más fría de lo que esperaba para un caluroso día de verano. Al cabo de un rato estaba listo y tomé mis cosas para salir a conocer a Madrid. Al salir empecé a caminar con calma, el calor  iba en aumento y no tenía prisa, la ciudad no se sentía vacía pero tampoco densa y el tráfico era fluido, imagino que por la época muchos estarían de vacaciones muy lejos de la ciudad. 


Me fui caminando junto a una gran calle por la que según mi amigo encontraría bastante con que entretenerme, y en efecto tras unas cuantas cuadras se empezó a sentir un sutil cambio en el ambiente, edificios con más detalles y arquitectura con proporciones humanas, placentera a la vista y placentera de transitar, nada gritando por mi atención, pero con cada detalle mereciendo más que mi breve mirada. Pronto llegué a una intersección en la que un edificio con la palabra metrópolis en el, este si gritaba por atención, un poco por su central ubicación que coronaba la unión de aquellas dos grandes calles con una joya sobria y maximalista. Por acá ya se empezaba a ver más personas transitar, y estas empezaron a capturar mi atención; después de haber observado con detenimiento el paisaje, me preguntaba ¿qué hacían los personajes en aquella gran pintura? Miraba sus rostros, algunos concentrados en su andar, otros completamente perdidos, niños y señoras mayores, trataba de deducir en que trajines podrían andar, observaba sus atuendos y su caminar, y pronto me di cuenta de que muchos eran en efecto turistas. Unos demasiado obvios, con sus shorts y camisas de verano, lentes oscuros y algún volante o mapa en la mano, otros con grandes cámaras y muchos de plano riendo escandalosamente y hablando en otro idioma. Yo también era un turista, pero me sentía muy diferente a ellos, empezando por ser el español mi lengua materna, pero también algo en la cotidianidad de aquel lugar me recordaba a mi patria. Me sentía como un niño del campo que va por primera vez a la capital, asombrado, curioso, pero de ahí.


Seguía caminando sobre las anchas aceras de aquella gran vía, curioseando en las ventanas y mirando a lo lejos, a la gente moviéndose en el paisaje. Empecé a identificar a los locales, hombres y mujeres que claramente no andaban ahí de vacaciones ni perdidos, sino al contrario, muy seguros en su andar, vestidos de persona, en un día más, de quehaceres, de trabajo y de mandados; sin asombro y en contexto, integrados con aquel paisaje contaminado con turistas. Los observaba con fascinación, a pesar de las similitudes, ellos emanaban mucha más sofisticación que los de mi país, hombres y mujeres, bien vestidos, transitando a pie, como un fulano más. En mi querida Costa Rica el ciudadano de a pie ya no anda en esas fachas. Y esto claramente porque el ambiente y el paisaje es otro, allá también el ciudadano de a pie, está en contexto e integrado a su entorno.


Llegué a un enorme cruce donde intersectan dos enormes calles con una rotonda al centro “La Fuente de Cibeles” y detrás ya se dejaba ver un enorme monumento. El semáforo peatonal prendió la luz verde y desde ambos lados de la calle empezó a caminar mucha gente, el cruce era largo, con una gran área verde entre los dos carriles. Dejé que los excitados turistas se adelantaran y empecé a caminar sin prisa, seguía atento al andar de la gente y el cruce era perfecto para toparme de frente con cantidades de diferentes personajes. Capturó mi atención una mujer en la distancia, que venía cruzando en un vestido de tonos naranjas y rojos, muy decente, pero veraniego, de tirantes y que dejaba ver un poco de sus bronceadas piernas. Caminaba con su bolso al hombro, muy segura, sin pinta de andar perdiendo el tiempo.


Conforme nos acercábamos empecé a apreciar mejor sus femeninas facciones y cómo se movía su cuerpo dentro del ajustado vestido, era una belleza y yo la miraba como quien ve un ave pasar volando. Ya a unos pasos de cruzarnos me di cuenta de que ella también me observaba con curiosidad y nuestras miradas se cruzaron durante cuatro o cinco pasos en los que me miró como si buscara en mi rostro encontrar a alguien conocido, ninguno perdió la mirada del otro hasta que por fin nos cruzamos y seguimos caminando, completamente alterados por aquel inesperado instante. Por un momento sentí como si nos estuviéramos a punto de saludar, como si me hubiera topado algún conocido de hace años, pero no fue así, y me sentí extraño de no haberle saludado. Volví a ver atrás para mirarla una última vez y nuestras miradas se volvieron a encontrar, nuevamente nos habíamos atrapado uno al otro en el acto, ambos sonreímos, yo la saludé con la mano y ella me respondió, siguió  caminando, con una gran sonrisa y su mano en el pecho. La ví seguir caminando hasta que se perdió entre la gente; mientras sentía mi corazón brincando de emoción, alegre, vivo; la intensidad de aquellos segundos me llenó. 


Por un momento me pregunté ¿si la tuve que haber seguido, si le tuve que haber hablado? Había llegado al otro lado y me encontré de frente con un enorme y hermoso palacio, aún con la fuente en el fondo, lo contemplé por un momento, sentí la emoción, y mi corazón vibrando. Comprendí que aquel momento había sido perfecto como fue, no necesitaba más. Ella era el personaje principal de aquella pintura, Madrid, me había venido a saludar y me daba la bienvenida. 



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