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La raíz del problema

"La forma más efectiva de destruir a las personas es negandoles y erradicando el entendimiento de su propia historia"

George Orwell.


El problema del que habla Orwell en su frase, es el del desarraigo o la desconección con nuestras raíces, y de cómo esto nos puede destruir. Privar a las personas de la comprensión de su propia historia debilita su identidad y su sentido de propósito. Cuando las personas no saben de dónde vienen o qué moldeó su sociedad, pierden la capacidad de comprender su presente o de forjar su futuro. Es una manera de controlarlas, ya que se desconectan de sus raíces y se vuelven más vulnerables a la manipulación.


Tras generaciones de industrialización y consumismo, el contacto con nuestras raíces se ha ido borrando como consecuencia del estilo de vida moderno. Este problema se manifiesta en todas las dimensiones sociales, desde la política y la economía hasta la propia unidad básica de la sociedad, el individuo.

En nuestra sociedad los niños son separados cada vez más temprano de su familia para ser introducidos en un sistema educativo, con la promesa de un mejor futuro. consecuentemente crecen más cerca de la cultura social que de la familia, creciendo para llegar a ser adultos "Peter Pan" a los que les robaron la infancia, el amor materno y que a pesar de haber crecido siguen ansiando inconscientemente jugar y ser cuidados por una madre.


Por otra parte el capitalismo ha hecho que la idea de vivir toda la vida en un mismo lugar sea algo extraño, y donde el desplazamiento de muchas personas del campo a la ciudad y luego entre ciudades, sea la norma. No permitiendo identificarse con un lugar. Estos ya no son los lugares donde vivió la familia por generaciones, ni donde se conoce bien a generaciones de vecinos, consecuentemente ya no hay confianza, no hay seguridad y debemos pagar por ella. Nuestra relación con el hogar y la comunidad se volvió una de mero tránsito. Ya no sentimos que somos de ahí, que venimos de ahí, que ese lugar nos perteneció, nos pertenece y pertenecerá. Desarraigados, desidentificados, dejamos de ser capaces de cuidar y sentir amor por nuestra comunidad. Esa tarea ahora le corresponde al estado al que le pagamos para que se haga cargo de esa tediosa labor de cuido.


El sentido de pertenencia sobre nuestra tierra, nuestra familia, nuestra cultura nos ha sido arrebatado, dejándonos sin nada de lo que queramos cuidar o proteger al sentirnos parte de eso. Al no tenerlo no nos queda otra opción más que identificarnos con los fríos productos y servicios, con el confort, con las celebridades y los políticos. Los medios se han encargado de reemplazar a nuestros ancestros y sus tradiciones por nuevos ídolos, a los cuales seguir y con los cuales poder identificarnos. Ya no sabemos la historia de nuestros antepasados, pero estamos al tanto de la vida de estos personajes, de qué consumen, cómo se visten y cómo piensan. Usándolos como una nueva guía moral, que promueve el hedonismo y el narcisismo, la idolatría de sí mismo. Una sociedad que idolatra nos pide ser como estos ídolos para ser aceptados, promoviendo el consumo y convirtiendo al dinero y el estatus en la sola y única razón de nuestros quehaceres.


Al ser el dinero la única razón por la que se trabaja, se genera indiferencia y mediocridad entre los trabajadores, que no se identifican ni con su trabajo ni con el lugar donde trabajan; que en la mayoría de los casos, estos lugares son creados específicamente para cumplir una función y no para ser un lugar hermoso el cual poder habitar. Ni los trabajadores, ni los administradores, ni los inversores, pueden sentirse pertenecer a este lugar, o la necesidad de embellecer y cuidar de él.


Los trabajadores ahora vistos como una forma más capital (capital humano). Se vuelven intercambiables, reemplazables, partes de una transacción. Esta objetivización se transfiere del trabajo a la relación entre las personas y sus propios cuerpos, susceptibles a la retorcida cultura que ve al humano como capital y como objetos reemplazables. Llevándonos a ver a las demás personas y a nosotros mismos como a un producto para consumir, y a ver el éxito individual como un sinónimo del éxito en ser aceptado, deseado y consumido. Incapaces de identificarnos con nuestros propios cuerpos, estamos dispuestos a hacerles toda clase de alteraciones temporales y permanentes.


No es difícil observar cómo el desarraigo es la norma en nuestra cultura; la cultura del consumo, del capitalismo y de la industrialización. Donde las problemáticas sociales de desigualdad, las problemáticas de pobreza y de gentrificación, las medioambientales, etc; son consecuencia de esta cultura, que tiene sus raíces metidas ahí, en donde deberían estar las nuestras. La raíz del problema son en efecto nuestras raíces. ¿Cómo podremos salvar al mundo de los problemas que nosotros mismos creamos tratando de salvar el mundo? ¿Como podremos salvar al mundo cuando no podemos cuidar apropiadamente de nosotros mismos? ¿Cómo podremos cambiar un sistema que nos daña mientras dependemos de este sistema para vivir?


Probablemente ahí donde está el problema, es donde tenemos que trabajar. Volver a conectar con nuestras raíces o crecer nuevas. Reconectar con nuestros cuerpos, con nuestras familias, nuestra comunidad y nuestra cultura. Este daño ha sido violentamente perpetrado por generaciones y probablemente nos requiera generaciones revertirlo. Probablemente es lo único que realmente podemos hacer.


Gracias, pronto estaré escribiendo más sobre las soluciones que creo, podrían ser las más realistas respuestas al desarraigo y consecuentemente a muchas otras problemáticas sociales.


 
 
 

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