Llegó más tarde que los demás, había salido tarde de trabajar y tuvo que pasar primero a la casa a darse un baño y alistarse. La noche prometía ser larga, era la final del torneo local de boliche en la que participaba su equipo. Él no competía porque el torneo había empezado mucho antes de que llegara al país.
Llegó en su motocicleta, la estacionó detrás del edificio, en la misma esquina de siempre, junto a la misma vieja bicicleta, que debía ser de algún empleado del lugar. Se apresuró a entrar por la doble puerta de vidrio al costado del enorme salón de boliche. Lleno a más no poder, nunca lo había visto así; todos los carriles estaban ocupados con los integrantes de lo que debían ser unos veinte equipos completos. El sonido de las máquinas que regresaban bolas de colores y de extravagantes diseños se mezclaba con los estruendos de los pinos derribados por las mismas bolas que viajaban de vuelta a toda velocidad. El bullicio y la música se sumaban, creando una especie de zumbido abrumador, en el que apenas se podía tener alguna conversación corta, casi a gritos. Muchos de los presentes estaban ahí solo para apoyar a sus equipos, al igual que él; estas personas llenaban todo el espacio restante de salones, barras y mesas. La agitación se notaba detrás de la barra, donde iban y venían jarras de cerveza y los meseros con bandejas de comida salían a hacer equilibrio entre la multitud.
El equipo de sus amigos estaba en la última pista del salón. Atravesó entre grupos de gente, conversaciones, gritos y risas hasta llegar donde estaban ellos, muy alegres, ya en el calor del evento, encaminados con la fiesta y con unas cervezas. Los puntajes en las pantallas se veían muy prometedores para el equipo que competía con la misma falta de seriedad de siempre. Intercambió algunas palabras con el equipo y sus amigos que los acompañaban y rápidamente se dio cuenta de que el ambiente no estaba para conversaciones muy alargadas. La bulla apenas permitía intercambiar algunas palabras con esfuerzo, así que decidió ir por una cerveza y empezar a ponerse al día. Un par de amigas aprovecharon para mandarle a pedir unas cervezas más. Tomó el dinero y se dirigió a la barra en medio de la muchedumbre.
Su aspecto y su acento aún lo delataban como extranjero, y la alegre gente de la zona nunca dudaba en preguntarle de dónde venía y qué hacía en aquel improbable pueblito. De esta misma forma, al llegar a la barra un tipo le empezó a hacer conversación: «¡Hola! ¿De dónde vienes?»... «¡Ah! De Costa Rica. ¡Muy lindo Costa Rica! Yo quiero ir de vacaciones», y más de la misma trama de siempre. Él ya estaba acostumbrado; era una conversación genérica más, que tenía casi memorizada, por la que solía atravesar casi en automático, sobre todo con extraños metiches. Siempre había sido bastante cortés y les daba un poco de conversación antes de seguir con lo suyo. Al fin y al cabo, estaba de fiesta y solo esperaba a que llegaran sus cervezas. Observó con un poco más de atención al extraño, que tenía pinta de estar en sus cuarentas, pelo gris, corto y despeinado y la tenue sombra de una barba canosa. Vestía un pantalón de mezclilla y camisa de cuadros, un cinturón con una enorme hebilla, y toda la pinta del vaquero que no es vaquero. Se le veía un poco triste y tomado, tampoco parecía estar ahí exactamente viendo la competencia que sucedía a sus espaldas.
De pronto, una mesera llegó con dos enormes jarras de cerveza, pero que no estaban llenas hasta arriba. La mesera sacó dos latas de bebidas energéticas y las vació en las jarras, llenándolas así, y se las dejó al tipo. El tipo tomó la primera y le pegó un largo sorbo en el que vació por lo menos un tercio de la jarra. La inesperada demostración lo sorprendió, a lo que le dijo: «¡Wow! Muy bien». El tipo lo miró seria y fijamente por un par de largas e incómodas respiraciones en las que saboreaba su bebida y rompió el silencio diciéndole: «Esa otra es para ti, amigo». Él se quedó perplejo, no quería tomarse aquella loca combinación, solo quería su humilde cerveza e irse, no quería quedarse ahí con el extraño. Pero el tipo volvió a insistir, acercándole la jarra a sus manos y diciendo: «¡Salud, mi amigo de Costa Rica!». Su mano tomó la jarra y brindó con él. Le sonrió y empezó a tragarse aquella indeseada bebida. Tomaba tragos lo más largos posibles, tratando de acabar con ella lo más rápido que pudiera, pero no era así como a él le gustaba tomarse una cerveza; aquella jarra, en condiciones normales, podría durar media hora en su mano. Con cada trago se castigaba en sus adentros por ser tan suave de carácter, y tragaba hasta que no podía más, llevándose hasta el punto de sentir náuseas.
Llegaron sus cervezas, pero no tenía escapatoria. La extraña conversación, en la que le costaba mucho entender en medio de la bulla y el acento pueblerino de su nuevo “amigo”, había continuado. Trataba de preguntarle si estaba ahí para ver el torneo de boliche, pero no le entendía nada de las largas respuestas, a las que solo asentía con la cabeza, decía «¡Ajá!» y volvía por otro largo trago de su jarra. Se preguntaba ¿por qué estaba este tipo ahí emborrachándose solo en un torneo de boliche y no en una cantina, o algún lugar más apropiado para quitarse las penas? ¿Por qué lo había invitado a aquella cerveza? ¿Realmente quería ser generoso? ¿O solo estaba planeando aprovecharse de él? Tal vez lo habían dejado plantado, o había recibido alguna terrible noticia; de pronto sintió lástima por aquel hombre. Pero no importaba cuál fuera la razón; en cuanto terminó su trago, le dio las gracias, se levantó, le dio la excusa de tener que llevarle las cervezas a sus amigas y se perdió entre la muchedumbre. De camino, con las jarras en sus manos, se preguntaba a sí mismo ¿por qué había aceptado? ¿Y por qué le había dado excusas? ¡Qué pendejo! Una vez donde sus amigos volvió a ver al tipo en la distancia, que seguía ahí sentado, solo, bebiendo.
El torneo terminó y de inmediato comenzaron con la entrega de premios. Su equipo ganó el segundo lugar por un pequeño margen. Pero ellos festejaban desde que empezó la competencia y, para este punto, todo era ganancia. Tomaron sus premios y hubo un poco de conversación aquí y allá. El lugar se iba vaciando poco a poco, así que decidieron llevarse el festejo al pueblo y continuar ahí. Pronto salieron todos en un grupo de bicicletas y él los seguía en su moto, no sabía a dónde iba. El pueblo estaba muy despierto, muchas bicicletas parqueadas en las entradas de los bares y mucha gente caminando por las anchas aceras. Después de un par de vueltas, encontraron un árbol en el que amarraron todas las bicicletas y la moto junto a ellas; caminaron por un par de cuadras hasta el bar, donde ya los esperaba parte del grupo que se había adelantado. Durante la corta caminata comenzó a sentir los pasos más ligeros, una creciente euforia y energía; aquella bebida y su segunda jarra de cerveza empezaban a hacerse sentir.
Cuando llegaron a la taberna fueron recibidos por una densa muchedumbre, como si se hubieran subido a un vagón de metro en hora pico. Poco a poco, sus amigos se fueron dispersando entre la muchedumbre y de pronto estaba solo. La música y el bullicio escasamente le permitían escuchar sus propios pensamientos, que bajo los efectos del alcohol solo daban vueltas en círculos sin llegar a ningún lugar. El contacto físico y el calor humano ardían y vibraban con la música que llegaba de todas direcciones; el calor iba en aumento y su mente extranjera ya no captaba ni comprendía palabra alguna. Se puso como objetivo llegar a la barra y pedir una cerveza, después de todo, esa era la única razón por la que estaría en aquel lugar; después buscaría a sus amigos. Lentamente fue avanzando entre la gente hasta quedar a unos dos metros de la barra, donde simplemente quedó atrapado. No había espacio, no se podía mover en ninguna dirección y quedó junto de un tipo grande que no se movía y parecía tener una conversación con otra persona más adelante. Se quedó quieto, esperando que en algún momento se abriera espacio para avanzar. No tenía a dónde ir y todo sucedía a su alrededor como si él no estuviera ahí. El alcohol ya se divertía en su cabeza.
Al cabo de un rato notó un par de muchachas que conversaban entre ellas y se le quedaban viendo, una de ellas en particular. Tenía un fino y hermoso rostro, cabello rubio y rizado y unos brillantes ojos claros con una mirada hipnotizante; se acercaron y ella empezó a hacerle conversación. Pero él no escuchaba nada, les hablaba casi a gritos y les decía que no entendía; ellas persistieron, pero en su cabeza el idioma extranjero ya no parecía estar operando, él le dijo su nombre y ella el suyo, pero él no lo entendió. Le intentó decir que había tomado mucho y que no estaba comprendiendo bien, que venía de Costa Rica y que no comprendía. Probablemente ella tampoco le entendía muy bien, pero lo seguía mirando y le sonreía; él le sonreía de vuelta y ella se acercaba más, le susurraba a su oído cosas que no podía entender. Cada vez que intentaban intercambiar palabras nuevamente, ella se acercaba más y más hasta que su cuerpo estuvo completamente pegado al suyo. Él ya no intentaba entender, se había dado por vencido, le hablaba en su idioma y ella reía, ya no podía hablar, solo estaba encantado con ella, con su mirada, hipnotizado. Pero de pronto ella dijo algo que él logró entender «Vamos afuera» y él asintió con la cabeza.
Ella lo tomó de la mano y empezó a abrirse camino entre el gentío, en cuanto salieron lo golpeó el aire fresco y frío de la noche, el choque térmico lo despertó un poco. Ahora la veía más claramente, era muy bonita y aún no comprendía porqué, ni cómo había ido a dar con ella, pero no sentía temor, sus sistemas de defensa estaban apagados y ella no se veía como un viejo vaquero. Ella lo seguía abrazando ahora por el frío y el sentía su cintura y la textura de su vestido en sus manos; tomó un largo respiro de aire frío, se aclaró la garganta, restregó sus ojos y le empezó a hablar, ya podía hacerlo, escuchaba su dulce y femenina voz respondiendo. No, definitivamente no era el viejo vaquero, no estaba intoxicado, no estaba alucinando. «Blh…dh..thy» Ella le recordó su nombre, que de nuevo, su asustada mente no le dejó entender. Empezaron a caminar sin dirección mientras conversaban, cuando de pronto escuchó su nombre; su amigo Toby los alcanzó y le dijo que al verlo irse corrió a preguntarle por las llaves de su carro, pero él no entendió ¿por qué tendría él las llaves de Toby? Le dijo que aún no se iban, solo iban a buscar donde sentarse un rato tranquilos. Toby les dijo que en la siguiente cuadra había un callejón con una pequeña escalera que daba a la azotea de uno de los edificios.
Los acompañó hasta aquel lugar donde le ayudaron a la muchacha a alcanzar la pequeña escalera, que no llegaba hasta el suelo, pero que con un salto y un empujón logró alcanzar y trepar por ella. Toby le ayudó a él también y una vez arriba, se volvió a extenderle la mano a su amigo; pero Toby no iba a subir, él le hizo unas señas de que fuera con ella y se fue. Ahora entendía, por un momento se estuvo preguntado si realmente había llegado ahí conduciendo con Toby, pero metió su mano en el bolsillo donde encontró la llave de su moto, se recordó, todo estaba claro, en todos los idiomas. Ella estaba sentada viendo la hermosa vista desde la azotea, y él se quedó ahí por un momento, dudoso; pero silenció su mente, no era momento de pensar, todo se sentía transcurrir en cámara lenta. Caminó y se sentó junto a ella, la abrazo por la cintura y sintió el calor de su cuerpo contra el suyo, sintió la femenina silueta con su mano, mientras que a su otra mano llegó la de ella; él la miró a los ojos, pero esta vez no como un niño inocente, pero como uno que se dispone a cometer un crimen, silencioso, en la oscuridad. Sentía su respiración, y su mente ansiosa no podía más, quería decir algo, pero ya no podía, ella se adelantó, le había cubierto la boca con sus labios en un largo beso. Primero con gran intensidad, como si nunca hubieran besado en sus vidas y como si nunca lo fueran a hacer más, luego más tranquilos, sintiendo y percibiendo todo lo que sus sentidos les daban con atención. Se detuvo un momento para verla, era muy linda, la abrazaba más fuerte y la seguía besando como si la amara, no quería que aquel momento acabara, pero el largo beso llegó a su fin. Estaba perdido en su belleza, más que antes, ahora quería saber todo de ella, quería salir y tener largas conversaciones, quería conocerla, quería reír con ella y tener buenos recuerdos. Pero ella tenía otros planes, había terminado; revisó su teléfono y envió un par de mensajes, le dijo que era tarde y que se tenía que ir. El trató de convencerla de que se quedara, la podía llevar en su moto, pero ya venían por ella; el enamoramiento se convirtió en emergencia, y tenía que resolver algo, no se podía acabar así.
Bajaron y empezaron a caminar apurados, él le decía que quería volverla a ver, pero ella seguía caminando apresurada, le pidió su número de teléfono y ella se detuvo, y con una mirada astuta aceptó; él sacó su teléfono «¡Listo! ¿tu nombre?... tú nombre… era?» Ella lo seguía mirando seria «¿Cual era mi nombre?». No lo recordaba, nunca lo supo; se quedó en silencio y la miró como un perro, que sabe que la ha cagado. Ella le respondió «Dorothy… ¡Mi nombre es Dorothy! y mejor no me llames, el que me viene a recoger es mi novio» Se quedó atónito, con el teléfono en la mano, la vio cruzar la calle y subirse en un carro que se detuvo por ella. En shock, vio el carro irse lentamente; se quedó ahí, se había despertado de un extraño sueño, nada fue real, nunca la volvería a ver y aquel nombre quedaría grabado en su mente como una dolorosa cicatriz.
La fiesta había terminado y muchos ya se habían ido, caminó de vuelta a la taberna donde todavía lo esperaba Toby, alegre y curioso «¿Entonces?¿Cómo le fue?». Le sonrió y le contestó «¡Bien, bien! y ¡gracias por el empujón!» Conversaron un poco y Toby le dijo que ya todos iban de regreso a casa, varios ya se habían ido; se despidieron y él empezó a caminar calle abajo. El alcohol en sus venas se había evaporado, se sentía más sobrio y presente que al comienzo de la noche. Al llegar donde lo esperaba su ahora solitaria motocicleta, contempló la hermosa y vacía acera de piedra, las adornadas entradas, los pequeños árboles de flores blancas; observó como las luces de los semáforos cambian en la oscura calle vacía, ahora todo estaba apagado y vacío.
No quería pensar en lo que acababa de suceder, no quería analizarlo, no quería pensar en el futuro ni en el pasado, no quería que le doliera. Contempló su motocicleta con alegría y se montó, la encendió y la dejó calentar cuando todo empezó a dar vueltas en su mente: ¿Qué había pasado? ¿La había cagado? ¿Cómo había olvidado su nombre? nunca lo supo, pero nada tenía que ver. En realidad ella nunca quiso que lo supiera, era la salida perfecta después de obtener lo que quería; se divirtió con él y se fue. Tal vez Dorothy ni siquiera era su verdadero nombre, tal vez solo fue una fantasía. Se sintió como un perdedor, por haber caído, por no entenderlo antes.
Trató de no tomárselo a pecho, después de todo también lo disfrutó mientras duró; que le doliera era su propio error. Pero cada vez que recordaba el dulce sabor de aquellos labios, sus hermosos ojos, su rostro y sus rubios rizos, aquella silueta perfecta; la volvía a amar, hasta que volvía a doler. Y la amaba y la volvía odiar una y otra vez, como si hurgara con el dedo en la sangrante herida. La cicatriz quedaría para siempre, una evidente marca en su memoria, y nunca volvería a ver una linda muchacha con los mismos ojos de niño, ni con el corazón en la mano. Había aprendido su lección.

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