Llevaban unas tres horas caminando en la oscuridad del bosque, se sentía como si fueran criaturas de la noche, atravesando el oscuro laberinto, con prisa y agilidad, esquivando obstáculos, solo rompían el silencio para con una palabra o dos para advertir a los demás de algún paso peligroso. Todos marchaban a buen ritmo, agitados y con los corazones retumbando con fuerza, pero ese era el ritmo del grupo, no se podía ir más lento ni más rápido, el avance tenía horas de fluir como si fuera un juego. La montaña podía sentir el sendero de calor que iba subiendo apresurado; todos concentrados en su siguiente paso, en el pequeño espacio iluminado por el haz de luz que sus lámparas les proporcionaban. El determinado comienzo, fue en el hotel; a la medianoche, en que salieron de ahí en un carro que los llevó a la entrada. Empezaron a caminar a la una de la mañana y ya eran las cuatro. Se sentía como que llevaran más tiempo, la monotonía de caminar en la oscuridad hacía que el tiempo pasara más lento. De cierta forma la oscuridad les evitaba el dolor de ver el tamaño del obstáculo, y lo empinado del camino; La montaña de noche estaba llena de vida y sonido de aves ranas e insectos, pero alrededor de las tres y media de la mañana, la montaña se empezó a volver más silenciosa, como si los animales de la noche hubieran terminado su turno y le fueran haciendo relevo a los de la mañana.
Si seguían a este ritmo estarían en la base del volcán para el amanecer. Dieron las cinco y la claridad de la Aurora empezó a llenar el bosque, ellos apagaron sus lámparas. Llegaron a una especie de cumbre expuesta, todavía oscuro, pero ya se podía ver la silueta del imponente volcán. Se detuvieron a comer algo rápidamente, para no enfriarse ni perder ritmo; de ahí en adelante el sendero empezaba a bajar estrepitosamente, cosa que al principio fue agradecido, pero que unos minutos después, el descenso se transformó en una sentencia aterradora. Habían subido por horas y de pronto descendían rápidamente, aún sin llegar a la base del volcán. Entre más descendían más grande se volvía la frustración de saber que pronto llegarían al fondo, solo para volver a ascender; esta vez sobre la falda del volcán, sobre arena y piedra suelta y ya bajo la luz del sol que les dejaría ver con claridad el gigantesco monstruo al que se enfrentaban.
Seis de la mañana, tal como lo habían planeado, y la luz del día no solo trajo la impresionante imagen del volcán, en el que ahora se podía ver cada parte del camino, sobre la desnuda y polvorosa falda; también elevó la temperatura. Si seguían avanzando a buen ritmo a las nueve estarían en la cima, tres horas de ascenso sobre arena y piedra suelta les quedaban por delante.
En el mapa la distancia no parecía demasiada, pero en ese terreno se retrocedía un paso por cada dos, A veces incluso más. Era tan empinado que para ver la cumbre había que levantar la cabeza y casi torcer el cuello; en todo caso, era mejor solo ver al frente, paso por paso, que observar el frustrante camino por delante; ahora el avance era más lento y desgastante, y entre más entraba la mañana, más caluroso se ponía el descubierto camino, en el que no crecía nada más que la fatiga.
Eran cerca de las ocho de la mañana y ya se encontraban cerca del cráter, se veía y casi se podía sentir el fuerte viento que soplaba sobre la cima. De pronto una de las caminantes desvaneció, cayendo hacia atrás, donde por fortuna su compañero la logró sostener, evitándole un fuerte golpe, se apresuraron a sentarla y refrescarla; pronto volvió en sí un poco desubicada, tras comer algo y un poco de agua, se levantó decidida a continuar; ya estaba muy cerca.
A las ocho y cuarenta empezaron a llegar, uno a uno al final de la larga trepada; lo cual fue muy alegre y un poco frustrante a la vez. Al llegar notaron que aún debían atravesar un gran llano en la cima, antes de finalmente llegar al punto más alto; que se lograba ver en la distancia, una enorme cruz blanca en medio de la niebla que corría velozmente. Aunque ya el plano camino era menos demandante, avanzaban lento y exhaustos; El frío volvía a robarles la fuerza y el fuerte viento les castigaba. Llegaron a un gran montículo de rocas grandes que tendrían que trepar antes de llegar a la cruz, enormes bloques que eran relativamente fáciles de escalar, pero altamente expuestos y aterradores.
Una vez todos juntos en la ansiada cumbre, procedieron a festejar, tomar fotos del panorama espectacular, y a desayunar. Habían llegado a aquella cima espectacular y desolada; habían encontrado lo que buscaban, aquella cruz, y a Dios con ella; que les recibía aquel sacrificio con alegría; les hablaba en sus mentes y les decía: «lo has logrado, has sido capaz de llegar hasta aquí, a buscarme sin saberlo, agotaste todas tus fuerzas, caminaste tanto que tu mente no puede más, y estás rendido; ahora puedes estar conmigo, ¿me puedes ver?... ¿me puedes escuchar?... ¿me puedes sentir? ahora debes volver, toma, lleva estas pesadas piedras, son mis mandamientos».
A todos se les veía alegres, la comida les alegró el espíritu; pero por dentro, todos temblaban de miedo, estaban agotados. Todavía faltaba la mitad del camino, El regreso.
Llegada al hotel 4:30 p.m

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